Recuerdos de infancia
Los miedos y las inseguridades nos vuelven por completo
locos. Utilizamos varios tipos de personas en diferentes lugares. Retraídos,
intentando sacar algo bueno de nosotros. Como algo tan insignificante como la
apariencia hace dudar sobre nosotros mismos.
Los golpes, choques y caídas refuerzan nuestras vidas. Nos hacen
fuertes, pero vulnerables ante los demás.
He aquí un pequeño cortometraje de mi vida. Tengo una lucha
interna entre mi conciencia y mi corazón. Mi racionalidad y mi locura. Si te
mostrara parte de mi pensarías que estoy loca pero tan solo es una forma de
disipar mi mente. El continuo pensamiento sobre la cosas. Cortar la
impulsividad en algunos momentos. Y dejar que esa parte de mí que es casi ajena
salga. Podría decir que antes de cometer cualquier acción he meditado sobre
ella. Aun por estúpida que parezca, siempre tengo un lado que me dice “no
defraudes”.
Si ajena, ajena porque realmente es mi coraza. La que he
utilizado en momentos esquivos. Aquella que he utilizado para resguardarme de
mi propio miedo. Sí, tengo miedo de mi misma porque lo que es mi verdadera esencia,
cuando sale es demasiado intensa. Tan intensa que se vuelve pesada.
El mundo es diferente ante mis ojos. Puedo ver el lado bueno
de las cosas, pero solo cuando no son sobre mí. Es un recurso que he utilizado
desde muy pequeña para hacer de un poco de mi más perfecta. Mirar al intenso
mundo. Contemplar gestos y rasgos. Casi siempre involuntarios. Ver como cada
signo muestra alguna esencia de las personas. Y luego mirarme al espejo y
decirme cualquiera de las burradas que pasaran por mi mente.
Mirarme en el espejo, incluso solo con divisar mi contorno
en el agua. En un segundo mi cabeza chascaba los dedos y decía “ves lo que
eres, un mar de dudas que no conduce a nada”
Y claro que me lo creía. Parece estúpido pero a lo largo de
una vida. Cuando tus compañeros de clase se meten contigo, no son ellos los que
te perjudican. Eres tú mismo al creerte esa realidad disipada que sale de los
labios de los demás. Tú eres un niño, que vas a decir no. No a algo que
realmente no sabes con exactitud.
Incluso a mis 18 años, muchas de aquellas palabras se quedaron
alojadas en mi mente. Mirar a tu pupitre y ver “PUTA” una y otra vez, hace que
incluso lo lleves tú a escribir mentalmente en tu cabeza. Es una de las
sensaciones más despreciables, mirar tu reflejo e insinuar tu mismo algo que no
es cierto.
Siempre me reconocerás por mi continuo hábito de tocarme una
ceja con dedo. Signo de vergüenza. Pero casi nadie que me conozca es incapaz de
reconocer. Al comenzar una relación siempre doy a entender que soy segura. Que tengo
impulsividad, pero no es así. Es tan solo otro de mis muchos factores contra la
estupidez.
Es lo que me he consentido de la vida sobre mí. Dejar que en
mi infancia me moldeara sobre críticas sin argumentos. No porque una persona
sea diferente a los demás ha de ser un mutante. Tan solo es que su forma de
pensar es más mágica. Tiene un cierto duende especial. Al principio me
reconocieron como rara, más de un amigo me lo ha reconocido. Y también fue una
de las cosas que me dolieron más a mis 13 años de edad. Pero con el tiempo
descubrí que eso era lo que quería ser. Alguien diferente a los demás. En aquel
tiempo me dolió pero ahora presumo de ser un bicho un tanto raro.